Escrito por: Byron Terán
Cuando España se vio de nuevo ante un
rival acorazado, como en esas viejas pesadillas inabordables, probó algo nuevo:
en lugar de amasar el balón a la espera de que sucediera algo y se abriera un
resquicio, se lanzó de cabeza a provocar que sucediera ese algo. Sin pausa. De
ese modo, y pese al sopapo imprevisto del gol en propia puerta, se deshizo de
la primeriza Georgia, sostenida por las paradas de Mamardashvili y la esperanza
en una misión suicida de alguno de sus dos delanteros.
La edad de Lamine Yamal es tan escandalosa que, cuando se dispone a tirar una
falta al borde del área, lo primero que uno se pregunta es si tiene edad legal
para tirarla. Pocos minutos después se sacó de las botas un centro cargado
hasta el alma, un centro feliz y tenso al segundo palo que remató Fabián con
tanta potencia que metió al balón y al portero dentro. 2-1 y alivio doble: a la
victoria momentánea de España
se sumaba algo de mérito, que era remontar un gol inopinado
de Georgia en la primera vez que salía de turismo hacia el área española. Había
que hacer ese test de estrés y qué mejor hacerlo que en unos octavos de final y de la
forma más cruel, después de una avalancha despiadada de España sobre la
portería de Georgia.
A los 15 minutos de partido parecía que se habían jugado 60.
Uno miraba el televisor y se frotaba los ojos: ¿de verdad sólo se ha jugado
esto? España había llegado a puerta en diez ocasiones. Se formaba en cada
jugada un tornado precioso de pases que terminaba invariablemente en el área
contraria; la gota malaya, pero sin final claro. No se marcaba y no importaba
porque el volumen de juego y ocasiones no hacían prever ningún contratiempo:
tampoco la defensa de Georgia era un muro impenetrable. Y por eso parecía que
había pasado mucho tiempo, porque las cosas divertidas y amables que nos
alegran la vida pasan tan rápido, de manera tan coquetamente fugaz, que nos da
la impresión de que ha sido una vida cuando han sido unos minutos.
Tras unos minutos de aturdimiento, la selección
volvió a lo suyo: abrir juego a las bandas y asfixiar sin moderación a Georgia
hasta rodearla en su área. Por qué está toda la selección georgiana metida en
el área y Rodri tiene dos metros con el balón justo en la frontal es cuestión
de pocos vídeos o pocos entrenamientos. Al mediocentro ni siquiera le hizo
falta chutar con la pierna buena: con la zurda la colocó en el ángulo. Momento
cruel porque en ese momento nos dimos cuenta en casa de que la retransmisión
iba con retardo; se oyó un estallido de alegría en todo el barrio cuando Rodri
armaba la pierna: ¡qué optimismo!, pensamos. Al gol de España le sucedió el
habitual monólogo: insistente, pesado y brillante. Tras el 2-1 se vino la
jugada de Nico Williams, repleto de luz toda la noche, rápido y visible como un
cometa: se llevó la pelota en carrera y dejó atrás con tanta facilidad a su
defensa que el barrio estalló de alegría con el regate. Dani Olmo remató el
marcador, que tuvo la purpurina de la remontada, las respuestas correctas y
necesarias: se sabe jugar por detrás, se sabe no perder los nervios, se sabe
templar la pelota y se sabe no perder la cabeza. Se sabe ganar.
España es favorita para ganar la Eurocopa porque es
la selección que mejor ha jugado y mejor ha ganado los partidos hasta ahora. Tiene
más y mejores recursos, un físico apabullante, dos gigantes en el centro que
son Fabián y Rodri, dos estrellas en estado de gracia y dispuestas a hacer
historia en semejante escaparate como son Yamal y Williams. Pero se puede ser
favorita a ganar la Eurocopa y perder el viernes contra Alemania: de hecho el
fútbol funciona así. A España le corresponde poner la competición en hora. La
selección ya lo está.